martes, 16 de junio de 2009

Los viudos de Mario Benedetti.

No pasaban de quince, y no hacía tanto frío. Se agolpaban -dirían los viejos- frente a la puerta, esperando el momento en que Serrat saliera. Yo estaba algo más lejos; quizá a la izquierda de un roble, esperando en silencio.
Sale Serrat: flashes, abrazos, doñas dándole besos, la plumita y el disco, la plumita y el póster, la plumita y el libro.
Es amable, pero está cansado y se nota que no quiere estar ahí. En tres minutos deja de firmar cosas y de posar con gente. Avanza, y avanza a donde yo estoy.
Me le lanzo, y me aferro a él. Lo abrazo casi de golpe sacándole un poco el aire con mi cabeza hundida en su pecho. Y de la nada, sin poder contenerlo, empiezo a llorar en su solapa.
"Se murió Mario" le decía. "Se murió Mario" una y otra vez.
Y Serrat me toma de los hombros y me dice "¿Cuál Mario, tío? ¿De qué Mario me estás hablando?" y le digo yo "De Benedetti, carajo, se murió Benedetti"
Y Serrat se pone como si le hubiera dado un tiro. Se lleva la mano al pecho volteando a todos lados. Buscando con la otra mano un lugar dónde apoyarse, da con el roble, se recarga en él, y se deja caer al piso. Llorando sin sollozos.
En cambio, yo ya tengo hipo, y sendos lagrimones me dejan la bufanda como sopa.
Serrat y yo lloramos juntos, rodeados por las quince personas que en silencio nos veían -a mí de pie, a él sentado- lagrimear. do.
Eventualmente dejo, dejamos de llorar. Sólo entonces me quito los lentes empañados, y me tallo los ojos con los puños cerrados. Serrat también se talla, pero él con las palmas abiertas.

Cuando a la mañana siguiente le digo a mamá que tuve un sueño raro, y ella pregunta "¿Qué soñaste?" yo le contesto que soñé un cuento de Benedetti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario